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Se realizan consultas privadas e individuales, para que puedan aclarar sus dudas y problemas específicos las que tienen un costo, según sea la duración de 30 o de 90 minutos.

Por consultas, comunicarse con la Autora al correo electrónico: mirta.vallori@gmail.com

ENCONTRAR LA PROSPERIDAD

Introducción

Un tema que desde siempre me ha hecho pensar bastante ha sido (y sigue siendo) cómo y por qué es que algunas personas logran tener una Vida próspera, abundante y plena y por qué otras muchas (demasiadas) no.

Por lo que me decidí, hace un tiempo a tomar nota, observar y analizar, cómo o qué había hecho, pensado, actuado desde que terminé la secundaria (o tal vez un poco antes) y en qué cosas había acertado, así como en cuáles o porqué había fallado a veces o no había conseguido lo que deseaba… O bien, si me había equivocado al elegir o al decidir. También analicé qué pensaba y cómo pensaba en ese entonces, por qué y también “para qué” atraje circunstancias terribles, desgraciadas y otras felices, dichosas, en qué o cuándo había  actuado de forma acertada, cómo, por qué y en qué había tenido éxito, así como porqué en otras ocasiones no lo había conseguido a pesar de prepararme para ello.

La idea al hacer estas reflexiones tomando como base mis vivencias y experiencias (y observando las de otras personas, efectuando comparaciones y análisis, también) es brindar a quiénes lean este cuadernillo o escuchen en algún audio lo que les narraré  en “Encontrando la Prosperidad”,  claves y herramientas, estrategias y acciones que los/as conduzcan a conseguir aquello con lo que sueñan, así como entusiasmarlos/as para que cumplan con sus objetivos y  metas, entreguen su valioso aporte al Mundo y consigan la Abundancia Integral y  Prosperidad, tan anhelada por muchos/as, y  conquistada por tan pocos/as.

¿Y qué es la “Abundancia integral”? se preguntarán algunos/as… Es lograr bienestar y armonía en las tres áreas más importantes de la Vida: Salud (cuerpo físico, mental, energético y emocional), Amor (pareja, afectos y relaciones armónicas y felices) y Dinero (éxitos laborales y profesionales, dinero, riquezas, alegría).

En primer lugar deseo que presten atención, que se den cuenta, que observen que la Prosperidad es un estado mental al que se llega luego de impresionar a la mente favorablemente, y este estado se puede inducir mediante la escucha de audios motivacionales, que eleven la vibración o bien, música que eleve la frecuencia vibratoria  y con ello, la energía. También con las lecturas de libros entusiastas, con la visualización de videos o fotos de revistas estimulantes, por medio de las que se logre imaginar lugares, circunstancias, personas, alimentos, ropas, casas, bienestar, automóviles y todo aquello que se desee vivir en lo que atañe a la buena salud, las relaciones personales, el amor, los bienes materiales y logros profesionales.

También se puede provocar este estado mental de prosperidad soñando, es decir, en un estado de ensoñación, visualizando e imaginando, mientras se ven determinadas películas o novelas en el cine, en la televisión, en el celular o en internet. No es difícil hacerlo, más bien es bastante fácil de esta forma, mirando las pantallas, con las imágenes móviles y escuchando algunos sonidos especiales, nuestra mente cree vivir situaciones que no existen en la realidad aún, aunque eso hace que las grabe y luego se repitan circunstancias similares y que sea uno/a mismo/a la protagonista o el protagonista.

Es por eso que, cuando veo algo en el cine que es violento, trágico o triste, como puede por ejemplo, un accidente, situaciones de violencia, maltrato y abuso, opto por no mirar, ya que creo firmemente que tendemos a repetir estas situaciones. Les sugiero que hagan algo similar, que adopten un comportamiento de no observación de situaciones dolorosas. Sí suelo mirar, y con mucha atención, cuando pasan imágenes de hermosos paisajes, con familias y /o parejas de novios, de personas mayores, felices, riendo, con hijos e hijas amorosas/os, tranquilos y bellos hogares, así como personas amándose, abrazándose o besándose, porque esto es lo que aspiro atraer a mi vida.

Para quiénes no pueden ver, debido a su baja visión o porque son personas ciegas va este párrafo: Se puede influir en la mente escuchando audios subliminales, con programación específica acerca de lo que queremos lograr. Este es uno de los temas concretos que examinaré más adelante.  Imagina, visualizando mentalmente lo que deseas tener, ya sea porque sabes o sientes cómo es, notando cómo te sientes al tenerlo, emocionándote, alegrándote, respirando el aroma, sintiendo el perfume en tu piel, escuchando el sonido que emite.

También se puede provocar un estado vibratorio ideal para recibir bendiciendo con amor y agradeciendo todo lo que se tiene y también, lo que se desea tener, ya que Bendecir es Iluminar y Agradecer es Multiplicar.

Volviendo al principio, les decía que me di cuenta al repasar algunas situaciones, cómo había creado (o co-creado) la mayoría de ellas. Por lo que me remontaré a mi infancia para relatarles algunas vivencias las que, al mirar retrospectivamente, puedo darme  perfecta cuenta de cómo atraemos más fácilmente lo que queremos cuando somos pequeños/as, niños, niñas,  porque estamos “conectados” con la Fuente y, además, la mente aún no tiene tantas trabas, tantos “no puedo”, “no lo merezco”, “no sé si debo”, “no sirvo para…”, y etc.

Aprendiendo a Manifestar

Mis tías trabajaban en Buenos Aires, como empleadas en casas de familia, por lo que cada vez que iban de paseo a Entre Ríos, llevaban prendas de vestir casi nuevas que les regalaban sus empleadoras y que mi mamá descosía, reciclaba, y las volvía a rediseñar y a coser, dejándolas impecables y hermosas, porque las ropas que ellas nos llevaban de regalo estaban casi sin uso ¡y eran súper lindas! Un día, una de mis tías nos trajo una valija mediana, cargada de joyas de fantasía, perlas, cadenas, collares, aros, dijes, pulseras, y nos la regaló a mi hermana y a mí. Por lo que podíamos disfrutar de adornarnos con los más hermosos collares, brillos, dijes y aros, y hacer imaginarios desfiles de modas, con ropas y joyas de fantasía usadas que teníamos para tal fin. Pero ¿cómo es que se habían manifestado? ¿Las habíamos co-creado? ¿Las atraíamos con nuestras ganas de tener esas joyas y esas ropas? Pero, y si las atraíamos ¿cómo sabíamos que existían, si en mi casa no había televisión y tampoco nunca íbamos al cine? Y, si las habíamos co-creado, tanto yo como mi hermana, ¿cómo lo hacíamos, dónde las habíamos visto, primero, para desearlas, crearlas y manifestarlas? Creo que era porque desde muy pequeñas mirábamos las revistas, catálogos y figurines de modas, ya que mi mamá era modista y compraba esa clase de publicaciones. También las veíamos a nuestras maestras que usaban esas ropas y algunas bonitas joyas, especialmente los días  de celebraciones, y a mamá y a nuestras tías cuando iban a las fiestas… Puede ser que, inconscientemente, las deseábamos usar, y de ahí que se manifestaran.

Parte de las vacaciones de invierno las pasaba en la casa de una de mis Tías (Gracias, Tía Dora, Gracias, Tío Horacio!) que vivía en Buenos Aires y en la que sobreabundaban las galletitas, alfajores, tortas, pastafrolas, masas con dulces de leche, pasteles, pizzas, hamburguesas y toda esa clase de comida a la que hoy denominamos “chatarra”, pero que cuando éramos niños nos encantaba. El esposo de mi tía era repartidor de una conocida marca de panificados y por eso mismo, en las heladeras de su casa, podía encontrar todo aquello que me encantaba comer y en cantidades increíbles.

Claro que hay que pensar que esto se daba sólo en una determinada época del año (las vacaciones, período de “cosecha”?), y por también, escaso período de tiempo, no más de diez o quince días. El resto del año, si bien siempre tenía para alimentarme lo suficiente a diario, no disponía de todas esas exquisiteces dulces y saladas en abundancia.

Parte de las vacaciones de verano las pasaba en casa de otra tía, y tenía allí dos primos, un varón y una mujer, con quiénes salíamos y disfrutábamos de paseos en la ciudad y en el río. También íbamos a la hermosa vivienda de una familia vecina donde vivían dos hermanas que aproximadamente tenían edades similares a la de mi prima y la mía, en la que había un cuarto de juegos lleno de libros, revistas y juguetes. Tenía entonces unos diez, once años y siempre me gustó mucho leer, ¿se pueden imaginar lo que era para mí, una niña criada casi en la pobreza, disponer de un cuarto lleno de juguetes, juegos y libros y poder utilizarlos sin prohibiciones? Y, como si esto fuera poco, habían instalado una pileta grande en el patio de la hermosa vivienda, en la que podíamos estar toda la mañana y gran parte de la tarde bañándonos y jugando… Y esto era casi como estar en el Caribe… Un disfrute total… A la tardecita nos íbamos a tomar helados y gaseosas, sin tener que pagar un solo peso, porque el papá de estas dos niñas tenía la concesión del Club del pueblo donde vendían estas cosas, pero a nosotras, a mi prima y a mí, como éramos las amigas de sus hijas nos las entregaban sin abonar nada. Y sentaditas en las mesas colocadas en la vereda, bajo las sombrillas, tomábamos nuestras gaseosas y helados, como reinitas en día de paseo.

Un caso especial eran las verduras y frutas de las que disponíamos a granel en época de cosecha. Mi papá y mamá sembraban y teníamos nuestra propia quinta con verduras, varios árboles frutales, también pollos y gallinas, por lo que huevos, verduras y frutas, siempre había de sobra en nuestra casa y casi todo el año.

Mi tío transportaba arena en su camión, desde el río, y a veces traía sandías y melones en cantidades, por lo que nos hartábamos de comer estas exquisitas frutas. Y si bien  éramos consideradas y nos considerábamos “una familia de clase media baja”, nos criamos viendo la abundancia del Universo manifestarse. Aunque mi mamá tenía una mentalidad escasa, producto de su educación restrictiva (su padre y madre eran de origen alemán y habían pasado privaciones de toda clase en la posguerra), siempre en casa había lo necesario para comer, vestirse, estudiar, salir de paseo y hasta para ir a mirar las carreras de caballos, en ocasiones.

Mi bisabuelo por parte de mi papá era descendiente de indios originarios y se había casado con una descendiente de italianos, rubia y de ojos celestes, muy bonita y elegante ella. Tenían una casita hecha de adobe, limpia y arreglada, con un terreno grande, lleno de árboles frutales, donde había mandarinas, naranjas, quinotos, limones, pomelos, duraznos, ciruelas, manzanas, peras, higos y recuerdo que hasta un nogal tenían allí. Pero no eran un árbol de cada fruta, sino varios árboles de cada especie. La abundancia del Universo manifestada, aunque a veces teníamos que escondernos para sacarles algunas frutas sin que nos vea la bisabuela, no así el bisabuelo que era generoso en extremo.

Mi papá, en ocasiones, traía litros de miel porque ese día la cuadrilla de empleados ferroviarios había descubierto un panal inmenso colgado de árboles ya secos cerca de las vías del tren, donde las abejas silvestres o las avispas habían hecho el panal.

Y cuando un vagón caía (descarrilaba de las vías) cargado con azúcar, yerba o dulce de membrillo, de batata, también llegaba a casa mi papá atiborrado de todos estos productos.

Recuerdo cuando (otra manifestación de la abundancia del Universo), por prestarle mis cuadernos para que copie las tareas diarias y los deberes del colegio, a uno de mis compañeros de séptimo grado que estaba lesionado, me enteré que tenían una casilla de 50 metros cuadrados, como si fuera una gran biblioteca, donde su familia guardaba cientos de revistas y libros, cómics e historietas, de las que me gustaba leer en ese entonces: “Las locuras de Isidoro”, “Las andanzas de Patoruzú”, “Tío Rico”, “El Pato Donald”, “Condorito”, “Isidorito”, “Larguirucho”, “Las andanzas de Súper Hijitus”, “Patoruzito” y tantas otras. Y me las fueron prestando de a poco, a todas, por lo que llevaba dos, tres o cuatro revistas, regresaba con ellas y las cambiaba por otras y así sucesivamente.                                                                                          

Algo similar hice con los libros de la Biblioteca de la escuela pública a la que concurrí. Y los leí casi a todos, porque en mi casa no había libros, pero me llegaban así, sin pedirlo siquiera. Y los aprovechaba al máximo, leyéndolos a conciencia.

Mi idea es transmitirles cómo, cuando no se ponen trabas en la mente, las cosas llegan. Y también, llegan mejor y más fácilmente cuando se presta un servicio y/o se entrega valor a otras personas, haciéndolas más felices o la vida más fácil. Creo que esto es así, al menos en mi caso, porque durante casi diez años acompañé a mi abuela a todas partes y dormía en su casa, para que no se quedara sola por las noches. También obtuve recompensas por llevarle el cuaderno para que copie las tareas y los deberes de la escuela a mi compañero de la primaria. Recompensas inesperadas, las que seguramente estuve creando en mi cabecita de niña pequeña, aventurera y esperanzada.

Cuando tenía entre trece y catorce años solía mirar en la televisión de la casa de mi prima (en casa no tuvimos televisión hasta que cumplí los 15 años), los programas que se emitían en y desde la playa, en Mar del Plata, casi todos los veranos. Eran programas populares, donde se podían ver el mar, las olas, y las/os conductores en la playa, jugando con la gente, bailando, entrevistándola y haciendo gimnasia.

Y el lugar donde fui a conocer a mis suegros y disfruté de la “luna de miel”, luego de casarme, fue Mar del Plata (donde además, viví durante un tiempo y nació mi hijo Lucas). Y puedo asegurar que muchas veces, estando en la playa, rememoré esos días en los que miraba la televisión y en ella pasaban los programas emitidos desde la costa atlántica, mientras me encontraba tomando sol o caminando a orillas del mar, jugando con las olas, dichosa, feliz y con el hombre que en ese entonces amaba, a mi lado.

Durante mi niñez y adolescencia soñaba y me imaginaba viviendo en hermosas casas, deseaba que mi papá y mamá pudieran ser los propietarios de una casa cómoda, bonita, con grandes ventanales, de techos de tejas o  prolijamente pintada con piedras y lajas de colores.

Y así fueron casi todas las casas en las que más tarde habité, ya en mi adultez. La mayoría de ellas estaban ubicadas en los barrios más pintorescos y prolijos del conurbano bonaerense y de la provincia de Buenos Aires.

También deseaba comprarme gran cantidad de ropa, zapatos, carteras, joyas (aunque no fueran de oro y plata, sino de fantasía de buena calidad) y pasear por los sitios turísticos más lindos de mi país, Argentina, lo que gracias al Cielo, logré tener, hacer y sigo haciendo en reiteradas ocasiones.

Siempre soñé con manejar automóviles nuevos, del modelo cupé (dos puertas) y los primeros vehículos que tuve fueron de ese modelo  (cupé Ford Taunus, Renault Fuego y Torino). Y esto ocurrió cuando sólo tenía entre 20 y 23 años.

Pero no todo ha sido ni fueron rosas… Poco tiempo después de casarme, comencé a sentir celos infundados por quién era mi esposo, los que provocaron en mí sentimientos  negativos y la relación que teníamos, de amor y alegría, sufrió un grave daño con discusiones, gritos, desacuerdos, desunión. Además de sentirme molesta por casi cualquier cosa que él hiciera, todo, o casi todo era motivo de pelea. Y más adelante, aunque también hubo momentos felices, siguieron años de sufrimiento, con problemas de todo tipo, inclusive de vivienda, de no tener un lugar donde vivir, y andar de un lado para otro, viviendo en casa de familiares y amigos.

Un año antes, aproximadamente, que me ocurriera el accidente automovilístico, a mis 23 años, me hallaba en una etapa oscura, ocupada mi mente con pensamientos y sentimientos negativos, tenía fobias, ataques de pánico y lloraba casi a diario. Pensaba con frecuencia que en cualquier momento me iba a morir y hasta sentía que me quedaba sin aire, en varios de estos ataques que sufrí (y aunque fui a varios médicos/as, ninguno acertó el diagnóstico, porque en esa época no se sabía casi nada del tema). Con esa forma de pensar y sentir, logré atraer una de las etapas más angustiosas que he vivido, porque el accidente automovilístico por cual quedé en silla de ruedas, no tardó en llegar. Pero este hecho, más la etapa posterior vinieron para darle un corte a este tipo de pensamientos oscuros, de dolor y de muerte, feos, que sólo me atraían situaciones dolorosas y personas dignas de no ser recordadas. Por lo que a veces, lo que creemos que es “tan malo”, “tan feo”, “tan horrible” que nos sucede, resulta no ser así, y puede significar el comienzo de una etapa más limpia, linda, serena y armoniosa.

Cuando me otorgaron, por primera vez, el permiso en el centro de rehabilitación para volver a mi casa (fiestas de navidad y fin de año), luego de siete meses de estar internada en dos hospitales públicos de la Ciudad de Buenos Aires (primero en el de agudos, tres meses, y más tarde en el de rehabilitación, en total la internación duraría un año y cinco meses) vinieron a buscarme, desde Entre Ríos, mi papá y una de mis hermanas, y viajamos desde el Hospital de Rehabilitación hasta la estación de trenes, con mi hijo Lucas de seis años y ellos dos, en taxi, ya que no teníamos automóvil. Tomamos un tren que nos llevaría a Entre Ríos, que si bien pasaba por mi pueblo, no podíamos  descender allí porque sólo se detenía en la estación de Villaguay, distante a treinta kilómetros de la localidad donde residía mi familia. Por lo que nos fue a esperar mi cuñado con su automóvil para trasladarnos luego. En esa ocasión y como no tenía siquiera una silla de ruedas propia, usé la del hospital que me la prestaron para que vaya hasta mi pueblo, por unos días, debiendo regresar para continuar con la rehabilitación psicofísica.

Lo que deseo dejar en claro, es que ni siquiera tenía el dinero para comprar una silla de ruedas, y por supuesto, mucho menos un automóvil. Al poco tiempo, me otorgaron la jubilación de la Ex Caja de autónomos y con ello, la obra social del PAMI y así tuve la primera silla de ruedas propia, standard, común, que había sido usada ya, pero se encontraba en buen estado y tenía cubiertas duras, de caucho macizo en las ruedas, que luego hice cambiar por gomas inflables. Era pesada aunque fuerte, de acero inoxidable, y la limpiaba con alcohol para que quedara brillantísima. Mary, la chica que en ese entonces era mi asistente personal, me decía siempre que ella no había visto nunca una silla de ruedas tan limpia y brillante como la mía.

Recuerdo que cuando llegué a mi pueblo por primera vez en la silla de ruedas prestada por el hospital, una amiga, Diana, propuso hacer una rifa, y nadie, ninguna persona residente del lugar que tuviera una organización social sin fines de lucro (como un club, por ejemplo) le quiso dar el sello y la firma, por lo que no se hizo, y seguí sin silla de ruedas propia hasta que logré tener una porque me la dio la obra social. Estoy y estaré infinitamente agradecida a la Obra Social del PAMI por esto. Hay que ver cuánto bien puede hacer este Instituto manejado por personas coherentes e íntegras.

Con el paso de los años llegué a tener siete u ocho sillas de ruedas propias. Hasta una silla de ruedas que elegí de color amarillo para jugar al básquet, otra de bipedestación de color azul que la compré en cuotas, otra más para bañarme de color gris, una silla de ruedas que he prestado a un Centro de jubilados que es de acero inoxidable, una silla de ruedas que le di a un amigo del interior que luego la usó para un problema que tuvo su padre, una silla de ruedas que presté durante algún tiempo a un amigo y luego pasó a otro que la necesitaba, más la silla de ruedas de paseo que uso de forma permanente. Ahora bien, me he preguntado ¿Y cómo sucedió esto? ¿Por qué al principio no tenía ni una sola silla, y luego tuve (y tengo) varias…? Y ha sido porque tuve un cambio radical en mi mente, en mi forma de pensar, de sentir y de actuar con respecto  a lo que es y significa una silla de ruedas. Fue un ejemplo claro de cómo funciona la “ley de la atracción”.

Lo explicaré, para que quede más claro: en los primeros meses después del accidente, no quería una silla de ruedas, es decir, en lo más íntimo de mí ser deseaba caminar nuevamente, me resistía y hasta odiaba tener que usar una silla de ruedas, por lo que la rechazaba. Luego, con el tiempo y aceptando que era la única manera de andar, de hacer cosas, de salir e interactuar con las personas y de acompañar a mi hijo a realizar algunas actividades, entendí que la silla en sí no era “fea” ni significaba nada, que sólo era (es) una “ayuda técnica”, entonces fue cuando logré atraer toda clase de sillas de ruedas. Dejé de ponerle barreras en mi mente, las acepté y quise, es más, desee tenerlas. Para lo que actué, en consecuencia, sin sentimientos de rechazo y sin ideas preconcebidas como que no me gustaban, que eran feas, que eran incómodas, que eran “caras” y mil etcéteras más con las que detenemos la manifestación de nuestros deseos.

La primera silla de ruedas ultraliviana de mi propiedad, me la compró y regaló quien hoy es mi ex esposo, así como también el primer auto adaptado, con caja automática, fue un regalo de él. Con lo que sé ahora acerca de los pensamientos y la ley de atracción, me doy cuenta que colaboré en gran medida para que estas cosas se manifestaran.

Más adelante, ya fuera del Hospital y en la casa de mi familia, mis pensamientos y sentimientos fueron mejorando, mi ánimo fue cambiando y con ello, fui atrayendo  mejores circunstancias y situaciones más agradables.

Mi esposo (en ese entonces) alquiló unos años más tarde, una casa colonial, con techo de tejas, en un hermoso barrio de Ituzaingo, Buenos Aires y nuevamente volvimos a vivir juntos con nuestro hijo, y sumamos a Mary, como ayudante y asistente personal. Más adelante nos mudamos a Castelar, también a una casa grande, linda y cómoda, de grandes ventanales y cubierta con lajas y piedras de cálidos colores en el exterior. Y otra vez ahí comencé a transitar una etapa de oscuridad, con pensamientos muy negativos, una etapa difícil, de mucha pelea, celos, gritos y llanto por lo que volví a vivir y a revivir situaciones y circunstancias dramáticas.

Continúo ahora, situándome en el período actual de mi vida y ya pasada esta época,  varios años después, para evidenciar cómo y por qué los pensamientos, sentimientos y acciones provocan la ausencia o la abundancia de bienes.

Las circunstancias imprevistas y aparentemente adversas de la vida, me siguieron guiando por el camino indicado. Durante un vuelo de Aeroméxico, las personas encargadas de mi asistencia me golpearon al pasarme de la butaca del avión a la silla de ruedas. Se me lastimó la piel que recubre el hueso isquion, y esto se convirtió en un delicado problema de salud. Por esta razón, me vi obligada a quedarme en cama durante ocho meses y hacer reposo, lo que me perjudicó notablemente en mi situación laboral. Esta circunstancia se sumó al hecho que mis ingresos de dinero habían venido menguando, ya que no me renovaron el contrato en el gobierno nacional, y las personas que asumieron el gobierno en Argentina, en Diciembre de 2015, ni siquiera habían atendido uno solo de los doce pedidos de audiencia que hice para que me reincorporaran al trabajo en el Ministerio de Desarrollo Social o me reubicaran en otro. Así fue como durante ese período de reposo forzado, me dediqué, casi exclusivamente, a observar cómo se produce la atracción de dinero y bienes. Es decir, leí y sigo leyendo e investigando mucho, casi todo lo que está al alcance en internet sobre este tema, estudio, analizo,  escuché y sigo escuchando conferencias, así como también audios subliminales para borrar las creencias negativas, de escasez y carencias, con las que nos han programado desde la  infancia, (tanto en nuestra familia como en las escuelas y en las religiones) sobre el dinero y ahora me dispongo a guiarlos/as para que descubran aquellos pasos, ideas, revelaciones que los harán conectar con su verdadera grandeza, con la abundancia que se merecen, para que logren materializar lo que más desean, haciendo su aporte valioso al mundo, entregando el valor que cada uno/a tiene para dar.

Una vez más, quiero decirles que es un recordatorio de algo que ya saben, que ya conocen, porque todos y todas tenemos en lo más profundo de nuestro ser el conocimiento acerca de qué y cómo hacer para atraer lo que deseamos, el problema es que lo hemos olvidado debido a la educación que recibimos, y las limitaciones que nos han sido impuestas y autoimpuestas y todas aquellas cosas que hemos aceptado como “mandatos”, “renuncias” y “votos de pobreza”.

Recalco que este planteo tiene como objetivo que recuerden lo que ya saben: que son abundantes y poderosos/as, para que apliquen esta forma de ser y de pensar y logren atraer una vida más próspera y feliz.

Les relataré, de ahora en más, mi propia experiencia para lograr atraer la prosperidad, es decir, qué he hecho y sigo haciendo aún, diariamente. Por lo que detallaré en “pasos” que serán como “llaves” con las que irán abriendo la puerta de la prosperidad y la abundancia integral.

Asimismo quisiera que recuerden que la prosperidad NO es nunca una suma de dinero, la prosperidad es un estado de ánimo, es sentirse bien con una/o mismo/a, es hacer lo que se desea y cuando se desea. La prosperidad (o su ausencia) es una expresión externa de las ideas que hay en la mente.

 

Lo que hice y continúo haciendo para mejorar mi vida día a día se los iré contando en las siguientes páginas, recíbanlo como si les estuviera entregando un manojo con veinte “llaves”. Las “llaves” de la Prosperidad.

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