Libro

Villa Clara, un claro paradigma

Venenos y agrotóxicos utilizados de manera indiscriminada

En el año 1992 regresé al pueblo en el que pasé parte de mi infancia y adolescencia, Villa Clara, en Entre Ríos.

Me había ido al contraer matrimonio en 1980, volví después de siete años, en 1987, estuve dos años en Villa Clara y otra vez me fui a vivir a Buenos Aires, en 1989.

Mil novecientos noventa y dos fue el año en el que los venenos y agrotóxicos comenzaron a utilizarse de manera indiscriminada e irresponsablemente sobre los cultivos y sobre la gente, específicamente por la falta de información y las ideas de “que eran inocuos” y “ecológicos” que recibían quienes se formaban en las diferentes universidades en áreas tales como ingeniería y tecnicaturas agrónomas. Ni qué decir de la desinformación de quienes eran dueños de los campos y/o los cultivaban, directamente no les proveían datos sobre estos venenos. Me atrevo a afirmar que tampoco los tenían quienes los vendían y siguen vendiendo aún hoy.

Algo olía ya muy feo en Entre Ríos, y en varias de las provincias de la denominada “Pampa húmeda”, lugar geográfico donde se encuentran los campos más fértiles de toda la Argentina.

No sabíamos que estábamos siendo usados como parte de un experimento para bajar las defensas naturales de los organismos de las personas y, de paso, notar qué provocan determinados agrotóxicos y venenos en los cuerpos, especialmente me estoy refiriendo a qué provocaría el comer productos (carnes, huevos, verduras, granos, leche, frutas, cereales) envenenados, fumigados desmedidamente y al mismo tiempo ser  fumigados por aire y tierra con diferentes maquinarias como avionetas y máquinas “mosquito” cargadas con distintas clases de venenos disfrazados de agroquímicos. Todo con la “excusa” de vender esos productos (especialmente soja) a China, con la que alimentaban a los cerdos que se comen los chinos. Según estimaciones, comen mil trescientos millones de cerdos al año. La pregunta acá es: ¿cuánto les sale a los Chinos alimentar cerdos cuya comida deben transportar desde Argentina? ¿Cuánto ganan China y Estados Unidos por los productos venenosos que les venden a valor dólar, a los productores agropecuarios argentinos para que fumiguen (y destruyan, al menos por un tiempo) sus propios campos?

¿No existe otra forma más barata y menos contaminante de alimentar a estos cerdos? ¿Por qué comen cerdos los chinos, no podrían cambiar esta alimentación por comestibles altamente proteicos pero que no sean de origen animal? ¿Las personas chinas, saben, se dan cuenta, les han informado  y/o les importa que están comiendo “sufrimiento animal”?

A los pocos años comenzamos a observar las consecuencias de este dañino “experimento”, por llamarlo de alguna manera… Pasen y lean…

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Villa Clara, paradigma de un país devastado por el agronegocio y la corrupción

Un Cuento que no es un Cuento

Érase una vez un poblado, un pequeño lugar formado por alrededor de tres mil doscientos habitantes, conocidos unos con otros, así como conocidas eran sus ideas, ideales e ideología.

No obstante ello, se podía decir que eran medianamente felices, especialmente porque esta felicidad venía de no estar todo el tiempo pensando en lo que les faltaba, sino en apreciar lo que tenían. Esta comunidad estaba integrada por inmigrantes judíos, alemanes del Volga, alemanes rusos, españoles, italianos e indios. La mayoría de los expatriados habían huido de sus propios países, después de la primera guerra mundial o antes que se estallara la segunda. Y por estos motivos, sabían apreciar el vivir en paz, sin la amenaza de las bombas, con agua y comida suficiente, aunque tal vez para darse otros gustos o satisfacer otras necesidades no les alcanzara lo que ganaban.

Mientras los varones intercambiaban conocimientos y charlas intrascendentes en los bares bebiendo sus tragos predilectos, sin que Don Tuto, Don Aldrúa o Don Wicky les cobraran un precio demasiado alto por ello, las mujeres se reunían en la peluquería, en la tienda, en la modista o en la iglesia y conversaban, de sus propias cosas y de las de otras personas también, para no perder esa costumbre, que ni aún con el televisor en la casa se había ido. Tal vez para comparar cómo “de bien” o cómo “de mal” le va a tal o cual persona, y que por ahí conocen de pequeñita, quizás también porque no la aprecian mucho y es una forma de solazarse en el dolor ajeno. Y a veces, también podía ser por el motivo opuesto, que es entusiasmarse y alegrarse con la abundancia y el esplendor ajeno (de estos casos conozco muy pocos, pero los hay, doy fe). También estaba el bar de Jacket, donde además, se jugaba al billar y a las bochas, el de Rin y algunos cuantos más en La Clarita, barrio así denominado porque está ubicado en los suburbios de la localidad, un poco lejos de la plaza principal.

Corría el verano del año 1992 y una gran cantidad de bichos a los que llamábamos  “escarabajos de la luz” se habían multiplicado por miles o mejor, creo que por millones. Cuando llegaba la noche, no se podía dejar  ninguna lámpara encendida en la casa, porque entraban invadiéndolo todo, hasta se metían debajo de las sábanas, en las camas, en las toallas del baño y por ahí   aparecían adentro de la taza de té, café, la bebida o la comida que estaba sobre la mesa. Realmente no teníamos idea de lo que estaba pasando. Pero que era molesto, era tremendamente molesto. Al hablar con algunas personas que conocían de estos temas, sobre los bichos en los campos, nos decían que estos animalitos voladores bastante fastidiosos se habían multiplicado debido a que estaban desapareciendo los “depredadores naturales”.

Pero ¿cómo era que estaban desapareciendo estos depredadores? ¿Quién o qué cosa hacía que estuvieran esfumándose? ¿Se venía el “fin del Mundo” y por eso las especies se extinguían? Todas las conjeturas se hacían entre quienes algo sabían y entre los que no, pero nadie se daba cuenta de nada…

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